Chile salvaguarda y comparte su ‘hallazgo’
“Chile abre un camino que otros pueblos de América y del mundo podrán seguir. La fuerza vital de la unidad romperá los diques de la dictadura y abrirá el cauce para que los pueblos puedan ser libres y construyan su propio futuro”. Salvador Allende. 5 de septiembre de 1970.
Texto: J.L. Torremocha Martín / Foto: @GabrielBoric
Ganó Gabriel Boric para certificar la llegada del cambio: cosmético o profundo. El porvenir revelará si resulta decepcionante o alentador. Queda fuera de duda la victoria del candidato de Apruebo Dignidad, con el margen suficiente para hasta que sus adversarios lo reconozcan. Funcionó en el balotaje el apoyo de las izquierdas, del electorado moderado en otras elecciones, así como el de los sectores bacheletistas. Bastó para derrotar al proyecto ultraderechista que encabeza José Antonio Kast, el cual no ha sido tomado por la sociedad chilena como confiable para llevar las riendas del país, aunque resultaría ingenuo considerar que ha sido enterrado. Al igual que en los EEUU, este derivado del trumpismo, sigue vivo y hará del boicot la principal arma para sabotear al presidente electo, y sobre todo el proceso constituyente. Y sino, tiempo al tiempo.
A ojos de occidente, desde el plebiscito de 1988 que sacó a Pinochet de la presidencia pero no puso fin al pinochetismo, las administraciones chilenas siempre han gozado de una percepción positiva. El neoliberalismo se impuso con sangre en dictadura, y los sucesivos ejecutivos surgidos de la transición no cuestionaron el modelo económico. Cuando a inicios del pasado siglo las presidencias progresistas de la región tumbaron el ALCA en Mar de Plata, pusieron bajo control estatal los hidrocarburos, e impulsaron el ALBA-TCP, o la CELAC… los gobiernos chilenos se mantenían generalmente de perfil. Todo un bálsamo para la UE y los EEUU frente a los Chávez, Correa, Kirchner, o Evo que protagonizaban entonces la hegemonía progresista en la región.
Lo sucedido en Chile desde el estallido de la revuelta en 2019, desmontó el falso relato con el que se pretendía convencer que neoliberalismo y democracia pueden formar un matrimonio bien avenido, próspero y que tomaba al país suramericano como un claro ejemplo de ello. Bastó el detonante de la subida de la tarifa del transporte para que se encendiera la mecha del descontento popular tras 30 años de un modelo económico en los que fundamentalmente lo que se perpetró fue la desigualdad.
No lo esperaba Sebastián Piñera, quien días antes del estallido afirmó que Chile “era un verdadero oasis con una democracia estable dentro de una América Latina convulsionada”, y que fechas después declararía la guerra a quienes sobre todo no le votaron. En un ejercicio de retórica propio de las dictaduras militares que desangraron al continente en el Cono Sur durante los años 70 y 80. Pues Piñera no buscaba la restauración del orden, sino la defensa del status quo neoliberal, precarizante y violento (1). La misma guerra de las élites contra los que se sitúan por debajo de ellas, garante del “milagro” económico de Chile a finales de los 80, con el 45 por ciento de la población bajo el umbral de la pobreza como coste, pero con la economía “estable”, y el 10 por ciento de los ricos disfrutando del aumento de sus ingresos en un 83 por ciento (2).
Pero ni aplicando de facto el Estado de Sitio, ni con militares en las calles violando todos los derechos, apagó el Gobierno de Piñera el movimiento de desobediencia civil. Bien es cierto que con más de 400 personas mutiladas, más de 400 casos de tortura, y al menos 200 episodios de violencia sexual. Razones más que suficientes para que fuera juzgado el ya expresidente virtual.
Entonces se terminó la fábula. Ya no bastaban argumentos como que Chile formaba parte de la OCDE o que el país encabezaba el Índice de Desarrollo Humano (IDH) en la región. Las personas jóvenes que no vivieron en primera persona la dictadura militar, pero sí sus consecuencias en los intentos de democracia chilena, llevan cerca de una década mostrando la desconexión con el único régimen que han conocido. El movimiento estudiantil de 2011 fue un antecedente de gran importancia, que aunque sin lograr cambios profundos en el modelo, incorporó de nuevos protagonistas a la política institucional como es el caso del próximo presidente Gabriel Boric.
El impacto de hace diez años dejó el poso de que en el modelo neoliberal no se recompensa el mérito y prevalece ante todo la injusticia (3). En 2019 vino la revuelta y con ella el horizonte de cambio real que contra viento y marea ha construido el movimiento que defendió la celebración de la Asamblea Constituyente. Capaz de poner fecha de caducidad a la Constitución de la dictadura de Pinochet a través de un proceso democrático, plural y popular.
Se reconstruyó el tejido social desmembrado durante décadas, redibujó el campo de lucha por los derechos y los bienes comunes (4). Por la diversidad de la Convención Constitucional conformada, sus miembros independientes, y su paridad se mostró un semblante del legitimidad (5). Factor relevante para caminar hacia el éxito, pero no el único. Sin la llegada a la presidencia de Gabriel Boric, en el camino hacia la aprobación de la futura constitución en 2022 se habrían puesto más minas que sortear.
Las presidenciales chilenas, junto a los comicios en Honduras cierran el año electoral en el 2021 en la región. Con un buen sabor de boca entre las fuerzas progresistas, que sobre todo en Colombia y Brasil tendrán sus procesos más importantes.
“Bajé por espacio y aires y mas aires, descendiendo sin llamado y con llamada por la fuerza del deseo, y a más que yo caminaba era el descender más recto y era mi gozo más vivo y mi adivinar más cierto”, plasmó Gabriela Mistral en su poema Hallazgo. Con él otorga la enseñanza de preservar la energía y no descuidar la ruta a partes iguales. Hoy Chile comparte su éxito, sus retos y miedos con amistades foráneas que esperan el grato contagio que dan las victorias. Bienvenido 2022.
NOTAS:
(1) Aldana, L. A.. (2021). Poder Constituyente e Impunidad. Iberoamérica Social, año 9 (XVI). p.39.
(2) Naomi Klein, La doctrina del Shock. Editorial Paidós. 2007. p.122.
(3) Pleyers, G., & Álvarez-Benavides, A. (2017). La producción de la sociedad a través de los movimientos sociales. Revista Española De Sociología, 28(1). p. 145.
(4) Aldana, L. A.. (2021). Poder Constituyente e Impunidad. Iberoamérica Social, año 9 (XVI), p.54.
(5) Escudero, M.C. (2021). Expectativas ciudadanas frente a una asamblea constituyente: La experiencia chilena. Revista de Ciencias Sociales Ambos Mundos, (2). p.88.
Publicado en Nueva Tribuna .