Horror en el supermercado
J.L. Torremocha Martín
El olor, los colores, la diversidad, el encuentro… La existencia humana está marcada por los primeros paseos por el mercado, mercadillo, supermercado, la feria… Desde la niñez hasta la actualidad. Aunque la ida a la compra resulta sumamente impersonal en la globalización neoliberal cierto resulta que en los negocios de proximidad o callejeros se crean embriones que pueden germinar y constituirse como redes verdaderas. Las grandes superficies, las cadenas, los monopolios coherentemente dirigen a sus visitantes a nichos de individualidad de manera irreversible.
La presunta moda de quedar a ligar en lo que antes se llamaba supermercado y ahora tiene otro significante en España no surge de la nada. No nace la iniciativa de ‘TikTokers’. O tal vez sí, pero los ejecutores de la propagación de dicho hábito son los mismos que durante décadas le doraban la píldora a la gran superficie española por excelencia. Todo monopolio intenta seducir a la potencial clientela para que se sienta en el edén mientras llena el carro.
Pensándolo fríamente, ¿se puede socializar en lo que antes se conocía como supermercado? A menos que se piense en una distopía de serie B resulta harto complicado. Más si los aspirantes a hallar el amor frecuentan un espacio rodeados de personas uniformadas a las que dificultan el derecho a sindicarse y atemorizan si se toman una baja. El ambiente se enrarece mucho más si se le suma que los propietarios del local donde tiene lugar la cita han sido relacionados presuntamente con la financiación irregular de un partido que ha gobernado el Estado y en la actualidad lo hace en casi todas las comunidades autónomas y capitales de provincia.
Tomando en cuenta todo lo anterior y con la idea de seguir con el reto de ser atravesado por las flechas de Cupido resultará complicado obviar el control de la cadena alimentaria que hacen los dueños de la superficie. Especialistas en llenarse los bolsillos cada vez que especulan con los costes del comer. Las dificultades para encontrar un polo de atracción se incrementarán por la machacona sintonía y el mensaje que se repite con frecuencia recordando la franquicia que aloja al paseante de las 19:00 con el objetivo de convencerle que se encuentra en una absoluta arcadia feliz. Tal vez con una venda en los ojos, la nariz tapada y los oídos taponados resulte posible socializar.
Entonces, ¿por qué se plantea esa empresa? No debería sorprender a casi nadie. Al fin y al cabo los medios han convertido a los propietarios de la marca asociada al significante que ha sustituido al de supermercado en hombres hechos a sí mismos. Por qué no van a construir la idea que un lugar insulso en realidad tiene un atractivo oculto e intentar ponerlo de moda. Pues lo que antes se llamaba supermercado y ahora tiene otro significante ya no sólo ofrece algo bueno, bonito y barato sino también monopolizar las relaciones humanas. Además como resulta sabido la marca lleva décadas tomando como cobayas a sus empleados invadiendo hasta el espacio personal de los mismos fuera de su jornada laboral.
Por supuesto la idea de asociar la marca al estilo de vida no se ha inventado en España. Naomi Klein en No logo explicaba a finales de los 90 como Nike, Polaroid, IBM, Swatch, Diesel Jeans y otros gigantes consiguieron relacionar el consumo de productos concretos a una serie de valores presuntamente atractivos para los abducidos por el neoliberalismo.
La cadena de supermercados de la que se habla estos días sobre todo difiere en el tamaño de Amazon u otras multinacionales incluidas en el acrónimo GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon). No en el objetivo: mantener el monopolio. Y ello no formará parte de la agenda mediática aunque se trate de comer y relacionarse. Los medios prioridad en sus pautas que una influencer deje sus bragas en el nuevo templo del amor antes que informar sobre el funcionamiento de la cadena alimentaria en España.
Los hombres de Estado del neoliberalismo gozan de protección aunque no puedan ser beatificados. Y a veces los hechos no dan pie a la construcción del pontificado aunque se intente. No se puede considerar patriota a quien realiza elusión fiscal, comercia con ropa fabricada por menores y explota a bangladesíes que mueren sepultados en el tajo porque quienes se creen sus amos no les garantizaron la mínima seguridad. Las verdades como puños no se camuflan ni regalando algunas máquinas avanzadas para el tratamiento del cáncer. Tampoco tiene un pase tomar como emprendedores, empresarios justos, o seres hechos a sí mismos a quienes además de manejar el coste de las viandas a su antojo, se creen también dueños de las emociones humanas.