Año cero
Afrontamos la segunda quincena de marzo con el primer editorial de el Transatlántiko. Un proyecto con la profundización del análisis de la realidad sociopolítica por bandera, acompañado del rigor, la claridad de la ideas y con un posicionamiento claro.
En las entradas más actualizadas, quienes nos leen encontrarán varias tribunas sobre la pandemia de la covid-19, sobre el Estado que aparentemente ha adquirido un peso mayor desde la declaración de la pandemia mundial el 11 de marzo de 2020. Otro de los temas recurrentes que nuestros lectores, de un modo u otro, hallarán en nuestros análisis es el del poder. El cual como sujetos sociales nos atraviesa incluso en los detalles más íntimos de nuestras vidas.
Las preguntas que nos hacemos de manera insistente y a cuya respuesta dedicaremos nuestros esfuerzos y buenas intenciones están insertas en sistemas esencialmente de poder. ¿Por qué las personas actuamos de un modo determinado? ¿Por qué aceptamos dichos sistemas de poder? ¿Cómo se mantienen dichos sistemas de poder? Y por supuesto, ¿existe algún modo de librarse de su trampa? Vaya por delante que no pretendemos ninguna verdad absoluta, tan solo queremos contribuir a facilitar la comprensión de la realidad que nos rodea. El tiempo nos brindará la oportunidad para averiguar si nos acercamos a los objetivos marcados.
Decíamos que el Estado ha adquirido en apariencia un considerable peso. Hay quienes piensan que no se da el caso, pero de lo que no hay duda es que la poca o mucha importancia adquirida por el Estado ha sido dentro del marco neoliberal, la única salida planteada – no la única posible- hasta el momento siempre se han basado en las mismas fórmulas que salvaron a las elites, y que aumentaron la pobreza, y la desigualdad. La crisis sanitaria lleva al mismo proceso del capitalismo del desastre y las doctrinas del shock ya ensayados en otros tiempos y lugares con los resultados que conocemos.
Por eso, las vacunas de la covid-19 son meros parches. El 2020 se recordará como el año de la gran pandemia del siglo XXI. A no ser que nos pongamos manos a la obra para remediarlo no será la última que cause otras crisis sanitarias. Quizás más virulentas que la actual. Volverá a ser el pretexto perfecto para ahondar en las políticas de la pauperización de la población mundial. Por algo el fundamentalismo conservador está ansioso por aplicar las políticas aislacionistas. Quieren, al igual que hicieron con el individuo, convertir a las naciones en islotes solitarios y débiles en competición perpetua. No podemos olvidar que fueron estas mismas políticas las que no hace mucho nos abocaron a dos guerras mundiales.
Desde occidente tenemos la costumbre de mirarnos el ombligo, nuestras crisis son también del resto del mundo, pero los problemas de los demás resultan únicamente suyos. De hecho ya sabemos que la población más necesitada de los países más pobres será la última en vacunarse contra la covid-19. Casualidad o no ya surgen voces que alertan que sin una vacunación masiva de la población mundial nadie estará a salvo. La dichosa inmunidad del rebaño. Incluso cuando se trata de salvar vidas occidente es extremadamente egoísta. En el Transatlántiko tampoco nos sorprende, ya sabíamos que el hombre blanco es el único verdugo que ha sabido hacerse víctima y convencer al resto de que ello forma parte del orden natural. Nuestro propósito es ayudar a derribar marcos y relatos extremadamente dañinos para el conjunto de la sociedad.
“Los seres humanos deshacen el trabajo de la evolución orgánica, la humanidad está desmontando la pirámide biótica que le ha mantenido en la cúspide durante miles de años. La tierra por esta senda se volverá capaz de no soportar a la humanidad misma”. Lo escribió Murray Bookchin en los años 60. Esta centuria traerá catástrofes naturales por la acción de los seres humanos que mueven los hilos de este modelo depredador.
Como hace un siglo, varios monstruos en el nuevo interregno aparecen, en el caso europeo, el fundamentalismo conservador ya se ha extendido a todo el continente. Incluso en Portugal el último santuario, que tras la Revolución de los claveles, frenó a los neopopulismos de ultraderecha, que hoy marcan la agenda en occidente y contagian de sus propuestas a sus antagonistas, sobre todo cuando se hallan en los gobiernos.
Este es el resultado de años de falsa estabilidad y nefastos consensos. Por qué entonces no alzar el dedo acusador y gritar a los cuatro vientos: negligencia. Sí negligencia de aquellos a quienes confiamos nuestro destino; con sus titubeos y traiciones nos trajeron hoy al borde del desastre. Durante mucho tiempo la sociedad vivió en un letargo suicida inducido.
Mientras tanto el ecosistema neoliberal se consolidaba y lo hacía a costa de los más damnificados y en connivencia con gobiernos extremadamente indulgentes con los poderosos, la última vez que permitimos que eso sucediese lo acabamos lamentando en las trincheras y los refugios antiaéreos.
El engaño fue masivo entonces como ahora. Uno de los logros del sentido común neoliberal es sin duda eliminar la concepción del conflicto entre antagonismos de las sociedades actuales. Ha conseguido instaurar el rechazo a la idea de que el conflicto es el verdadero motor del desarrollo sustituyéndola por el culto a la sumisión y la obediencia ciega, renombradas ahora como estabilidad democrática. Nuestro concepto de la democracia es radical: tal como su nombre indica –Demos Kratía- una democracia sin poder real del pueblo resulta cualquier cosa menos democracia. Al igual que con la crisis ecológica, asistimos ante los primeros avisos importantes que quedarán en pura broma si las poblaciones del mundo no reconstruyen los nuevos diques democráticos que tengan la justicia social, el fin de la pobreza y desigualdad como metas realizables a corto y medio plazo.