Guerra, de qué guerra me habla usted
Yamani Eddoghmi
El 7 del pasado octubre, un nuevo escenario se vislumbró en el horizonte. Un escenario en el que la muerte, mejor dicho, el asesinato impune se convirtió en parte esencial de nuestra existencia. Un mundo donde el verdugo deja de serlo y se convierte en víctima mientras ésta tiene que justificarse. Tras la incursión de Hamas en el terreno ocupado por la entidad sionista Israel, ésta tuvo varias alternativas, desgraciadamente eligió la más sangrienta, llevarse por delante a toda Gaza, asesinando así a miles de personas. A día de hoy se calcula que las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han asesinado a más de treinta y cuatro mil personas inocentes en su mayoría niños y mujeres. Esto según los datos del Ministerio de Sanidad gazatí, mientras tanto el sitio web hebreo Sicha Mekomit triplica esta cifra – cerca de cien mil personas han sido asesinadas durante los siete meses del conflicto -. Todo ello sin contar el número de heridos que de nuevo según las autoridades gazatíes llega a casi ochenta mil.
Tras el 7 de octubre, políticamente el Estado sionista de Israel y su gobierno tuvieron en sus manos una oportunidad irrepetible; un político con cierta visión hubiese sopesado y mucho todas las opciones. El Gobierno de Benjamín Netanyahu, tuvo en sus manos quizás la que sería la mejor y última oportunidad para situar a Israel en un plano moral, cuanto menos cómodo, pero sin embargo eligió la peor opción de todas. No sabemos si es obligado por su debilidad interna, la presión de sus socios integristas de gobierno, por la propia lógica del Estado israelí, por la idiosincrasia de la propia sociedad israelí o incluso por la propia personalidad del propio Netanyahu. No debemos olvidar que su esposa Sara llegó a considerarle como el salvador del Estado de Israel. Personalmente creo que es la suma de todas estas causas.
Está claro que para el primer ministro Netanyahu estar en una guerra le favorece políticamente, al menos a corto y medio plazo. Antes de la “guerra” tanto social como judicialmente estaba acorralado. Justo antes del 7 de octubre, el relato era cuánto tiempo podía aguantar al frente del gobierno. Netanyahu, acorralado por el proceso en el cual está acusado de fraude, soborno y abuso de confianza. Para algunos ello motivó la reforma del sistema judicial, una medida fuertemente contestada en las calles y que muchos vieron como una forma de pretender el control del nombramiento de los jueces por el ejecutivo… Por él mismo. La nueva situación le viene como anillo al dedo, ya que desvía la atención de la política interior y la sitúa en un marco completamente distinto. En otro sentido, el propio Gobierno israelí lo forman nada menos que seis partidos, cada cual más integrista que el otro. Además del Likud liderado por el propio Netanyahu, están Chass de Aryeh Deri; Judaísmo Unificado de la Torá de Yaacov Litzamn; el partido Sionismo Religioso de Bezaleel Smotrich; Fuerza Judía de Itamar Ben Gvir y por último el partido Noam de Avi Maoz. A todos les caracteriza un nacionalismo exacerbado, un sentimiento anti árabe, además de ser ultra religiosos. Lo que ha empujado sin duda a la actual situación en Gaza. De tal modo se podría decir que el gobierno ultra formado por el primer ministro se basa en la guerra contra los palestinos en particular y los árabes y musulmanes en general.
Llámalo genocidio, no guerra
Llama poderosamente la atención que los israelíes y con ellos la comunidad internacional hayan aceptado fácilmente la denominación de la guerra de Gaza. Se supone que el grupo Hamas está clasificado como organización terrorista tanto por el Gobierno de EEUU como las autoridades israelíes, la pregunta obvia es ¿No era más fácil construir el relato de que las FDI se enfrentan a un grupo terrorista? Al menos así era mucho más fácil justificar las operaciones militares en Gaza.
El problema de este marco es que limita enormemente el margen de actuación de Israel. Si las autoridades israelitas y con ellas la comunidad internacional hubieran aceptado dicho marco, no les era posible justificar el drama humano que está causando y mucho menos las decenas de miles de asesinatos de civiles inocentes. Es decir, un genocidio. Al declarar la guerra en Gaza, da la impresión de que es una contienda bélica simétrica entre dos ejércitos. Es mucho más fácil asumir la quimera de los daños colaterales en una guerra entre dos enemigos “igualados” que en una lucha contra un grupo terrorista.
En el pretendido marco da la sensación de que Gaza por un lado y Israel por otro, son dos estados con ejércitos más o menos igualados que se han declarado la guerra. Desaparece la idea de que es un pueblo desarmado que se enfrenta a uno de los ejércitos mejor equipados del mundo y así no se contempla en la mente de gran parte de los israelíes y de Occidente la idea del genocidio. La cual se sustituye por la de la defensa propia. No obstante, desde un punto de vista de análisis estratégico hay que reconocer que el Gobierno del primer ministro Netanyahu ha cometido un grave error teniendo en cuenta los resultados que Israel estaba consiguiendo en su entorno inmediato en sus relaciones con los países árabes. Resulta difícil comprender la reacción de Tel Aviv.
Duro golpe a los acuerdos de Abraham y a la comunidad internacional
Israel en la situación actual ha perdido toda legitimidad y capacidad de maniobra política en el escenario internacional. La comunidad internacional y no me refiero a los gobiernos: está completamente consternada por las imágenes del horror que llega desde las ciudades de la franja. Ello ha puesto a sus aliados habituales – EEUU, Gran Bretaña, Francia y Alemania – en una situación bastante desagradable. La ola de solidaridad internacional y últimamente entre los estudiantes universitarios iniciada en EEUU así lo demuestra. La misma que poco a poco se va extendiendo a más países así lo atestigua. Dicha situación ha obligado a Joe Biden a cambiar de rumbo al menos en lo retórico.
Es año electoral en EEUU y a Israel esto no le debe preocupar demasiado gane quien gane en noviembre porque el apoyo de la Casa Blanca no se presume que vaya a variar nada. Pero sin embargo a muchos demócratas esto les puede resultar una deslealtad inadmisible, sobre todo si tenemos en cuenta que en la propia sociedad estadounidense, dado el cambio de las mayorías sociales empieza a calar el cuestionamiento del apoyo incondicional a Israel. Quizás el error más grande de Benjamín Netanyahu es la pérdida del marco que se había establecido entre Israel y los países de la región árabe. Sociedades históricamente hostiles hacia el Estado hebreo, aunque sus dirigentes habían ya comenzado a asumir la idea de la necesidad de normalizar las relaciones con Israel y muchas veces incluso en contra del sentimiento generalizado de sus pueblos.
En los acuerdos de Abraham 2020 Emiratos Árabes Unidos, Sudan, Bahréin y Marruecos firmaron acuerdos diplomáticos con el Estado de Israel excluyendo a Palestina de la ecuación, lo que podría considerarse un incontestable éxito de la diplomacia israelí. A estos cuatro, hay que añadir otros que ya lo habían hecho con anterioridad como Egipto. Otros que de facto habían tomado el mismo camino como Jordania. Pero quizás el acuerdo que más se esperaba era el que se estaba negociando entre Riad y Tel Aviv, dada la importancia y la gran influencia de Arabia Saudí en la región Árabe, sobre todo en el mundo musulmán suní. De firmarse dicho acuerdo, Israel conseguía dos objetivos de enorme relevancia estratégica: primero que Arabia Saudí legitimara definitivamente los pactos ya firmados con otros países y facilitar otros, pero quizás el objetivo no declarado y mucho más importante aún era que Israel conseguía un valioso aliado en su lucha contra Irán. Todo ello se paró en seco, al menos públicamente, tras el 7 de octubre. Por ello, hay quien considera que la operación de Hamás de aquel día tenía el objetivo de paralizar las negociaciones entre los dos países, incluso hay quienes se aventuran a considerar que Teherán estaba detrás de dicho ataque.
Otro hecho es que lo que sucede en Gaza ha supuesto un duro revés a la comunidad internacional o lo que quedaba de ella pero especialmente a las democracias occidentales. Ya sabíamos que esto que se ha venido llamando comunidad internacional no era más que un recurso retórico que las grandes potencias en especial EEUU utilizaba para gestionar sus propios intereses. Sabíamos además que Occidente en un patente ejercicio de cinismo y postcolonialismo utilizaba dicho marco para aislar a sus potenciales enemigos. Así fue durante años con Irán a propósito de su programa nuclear y con Rusia tras su invasión a Ucrania.
Si bien era sabido por todo el mundo que toda esta pantomima de la comunidad internacional estaba enmarcado dentro de la lucha geoestratégica entre EEUU y China, cada una con sus aliados, a muchos países aún les resultaba complicado mostrar su desacuerdo públicamente. Tras lo sucedido las cartas han quedado al descubierto y ya podemos decir que hemos entrado oficialmente en un nuevo escenario mundial cuyas consecuencias de momento solo podemos imaginar, aunque la intuición nos lleva a pensar que no van a ser nada halagüeñas.
Duro revés a los regímenes árabes
Desde el primer momento, desde la Nakba 1948, para los incipientes estados árabes y sus pueblos, la causa palestina se convirtió en la gran causa nacional. De los poquísimos consensos, por no decir el único, que existieron entre los pueblos árabes y sus líderes era Palestina, ésta era una línea roja y ambas partes, especialmente los dirigentes, sabían que no podían traspasar bajo ningún concepto. Aquéllos que se atrevieron a hacerlo sabían que se arriesgarían a un final trágico, el ejemplo de Anwar el-Sadat, asesinado en un desfile militar en 1981, tras haber firmado los acuerdos de Camp-David con el primer ministro israelí Menájem Beguín el 17 de septiembre de 1978 es clarividente. No obstante, estos últimos años la situación tanto internacional, como en el panorama árabe había cambiado drásticamente, lo que favoreció el cambio de paradigma, posibilitando así un cambio de rumbo respecto a la postura tradicional hacia Tel Aviv.
En primer lugar, la caída de la URSS, ha hecho que los países árabes tradicionalmente situados en su órbita se quedarán sin su gran aliado. Ello facilitó el auge de las monarquías como actores influyentes en la región, todas ellas lideradas por Arabia Saudí. Este hecho es sumamente relevante ya que los monarcas árabes históricamente posicionados al lado del bloque occidental -aliado histórico de Israel -, introducía a la zona árabe en un nuevo escenario en el cual resultaba más fácil un cambio de rumbo.
En segundo lugar, la Guerra del Golfo y finalmente la invasión de Irak, la guerra civil argelina, la enorme debilidad interna de países como Siria, Yemen (tras su unificación) y el aislamiento de Libia de Gadafi (debido a los atentados de Lockerbie) obligaba a estos países a no inmiscuirse demasiado en los asuntos internacionales ya que corrían enormes riesgos. Hecho que de todos modos acabó ocurriendo.
En tercer lugar, la Primavera Árabe que si bien es cierto que generó enormes expectativas, tras años de lucha y acumulación de fracasos: el triunfo de la contrarrevolución en toda la región; la consolidación de las monarquías; la deriva hacia un islamismo radical con resultados trágicos; el retroceso de la democracia tunecina y la vuelta al sistema presidencial autoritario con el actual presidente Kaïs Saied; el golpe de Estado militar en Egipto, la incapacidad de los sectores progresistas y democráticos, no solo a liderar el proceso, sino siquiera poder ofrecer un proyecto mínimamente creíble, incluso aliarse en algunos casos con el ejército, etc. Las sociedades de la región han quedado exhaustas, deprimidas y poco vigilantes.
En último lugar, la idiosincrasia y geopolítica de la región. La lucha por el poder, las necesidades tanto internas como externas de algunos países les han obligado a revisar su postura respecto a Israel. En este sentido, dos son los ejemplos paradigmáticos: Arabia Saudí, inmersa, actualmente, en una lucha por la hegemonía contra Irán y Marruecos, inducido por la situación en el Sahara Occidental y necesitado de proveedores de tecnología militar avanzada para así contrarrestar el poderío militar de Argelia.
Todos estos escenarios han facilitado, sin duda, ese cambio de paradigma del que hablábamos arriba. Los regímenes árabes obligados por su propia debilidad, pero también sintiéndose algo más seguros han visto la oportunidad de avanzar en su política de normalización de las relaciones con Tel Aviv.
No obstante, tras el 7 de octubre la situación ha cambiado drásticamente. Las imágenes que nos llegan a diario desde Gaza son difícilmente asumibles para la mayoría de la población árabe. Las fosas comunes, la matanza indiscriminada de civiles, miles de niños y niñas asesinadas, los bombardeos indiscriminados, etc. Hacen que toda la población árabe se revuelva y mire hacia sus jefes de Estado y sus élites políticas esperando algún gesto contundente para parar el genocidio en curso.
Si tenemos en cuenta la enorme importancia emocional que la población le otorga a la causa palestina, el inmovilismo de los regímenes árabes y sus líderes no hará más que agrandar el abismo que ya existe entre ambos. De hecho ya vemos que quien se ha erigido como eje de la resistencia es Irán y sus aliados en la zona. El régimen de los ayatolás ha conseguido centrar en él todas las simpatías, mientras los estados árabes tradicionalmente defensores – al menos en apariencia – del pueblo palestino han quedado rezagados en esta contienda. El conflicto abierto entre Tel Aviv y Teherán y el ataque directo de esta última, el sábado 13 de abril a Israel, ha podido cambiar y sin duda lo ha hecho la imagen que la población mayoritariamente sunní. En estos momentos Irán se ha ganado al favor de la población necesitada de hechos concretos.
No sabemos lo que nos depara el futuro, sin embargo podemos afirmar una serie de hechos:
1. El ataque de Hamás y la Yihad Islámica al interior de Israel y la incapacidad de la FDI de liberar un solo rehén tras meses de guerra, han podido instalar en el imaginario colectivo árabe la idea de que Israel no es tan poderoso ni tan intocable como se venía pensando.
2. El ataque directo de Irán a Israel, ha podido contribuir a desterrar la idea de que el régimen iraní es el enemigo a batir, una imagen construida con mucho esfuerzo por parte de los regímenes árabes desde el primer minuto de la revolución islámica liderada por Ruhollah Jomeini. Lo que contribuiría a derribar los muros entre las dos facciones sunní y chií, de sucederse, sin duda abriría un escenario inédito en la región.
3. Los estados árabes han perdido gran parte de la poca credibilidad que les quedaba, ello sin duda repercutirá en su legitimidad. Cierto es que en la actualidad no se vislumbra una ola de contestación por parte de la población. Las heridas abiertas, tras una traumática primavera árabe, aún no ha cicatrizado del todo, pero de sucederse a mí personalmente me resulta difícil pronosticar cual pueden ser sus derivas. Si en el anterior proceso los islamistas pudieron capitalizar el enfado al menos en algunos países como Túnez, Marruecos, incluso en Egipto en sus inicios… Cuando las revueltas fracasaron o derivaron en experiencias traumáticas el ejército pudo intervenir y reconducir la situación. Esta vez no veo ningún actor con una mínima legitimidad para asumir dicho rol.
4. A nivel internacional se ha abierto la veda y ya todo el mundo ha enseñado sus cartas. Occidente, especialmente la Unión Europea que podía contribuir a atenuar el drama que vive el pueblo palestino en Gaza, no solo no lo ha hecho sino que se ha alineado descaradamente con los que cometen un genocidio. La criminalización de la solidaridad con la población de Gaza es sin duda la pérdida total de toda ética y sentido de la moralidad, por parte de algunos países occidentales y en especial europeos
El mundo ya venía cambiando, pero sin duda el genocidio en Gaza además de televisado, transmitido como si de un espectáculo se tratará y sin ningún pudor, ha hecho que el mundo diese el primer paso hacia un abismo del que sin duda la humanidad saldrá magullada y herida de muerte.
Está claro que nuestros estados han perdido el rumbo, ahora nos toca a nosotros lo pueblos imprimir a nuestras sociedades y existencia algún sentido ético y moral y para ello el único camino es no mirar al otro lado. Gaza sin duda nos ha puesto ante un espejo. Un espejo que nos devuelve una imagen monstruosa y pone a nuestra humanidad frente a la historia.