La nefasta coherencia de la Unión Europea
- La UE nació como mercado, como un club económico y como uno de los ejes fundamentales del capitalismo mundial y de la economía de mercado.
- Si echamos la vista atrás y dejamos de lado el romanticismo europeísta vemos que el proyecto europeo nunca tuvo aspiración social alguna .
- Su modelo es el capitalismo social de mercado ordoliberal, que hace que en España un tercio de las personas pobres trabajen jornadas completas sin superar su situación.
Yamani Eddoghmi y Alessandro Faggiano, integrantes del colectivo el Transatlantiko
Seguramente muchos de nosotros y nosotras hemos llegado alguna vez a pensar que la Unión Europea (UE) es injusta. Especialmente con los países del sur o periféricos. Probablemente como ciudadanos y ciudadanas del sur nos habrá dolido la expresión PIGS acuñada durante la crisis del 2008. En realidad, la UE no está hecha para ser justa sino para ser coherente con sus postulados, objetivos y sobre todo ideales fundacionales. Seamos sinceros la UE nació como mercado, como un club económico y como uno de los ejes fundamentales del capitalismo mundial y de la economía de mercado ¿Acaso el capitalismo y el mercado persiguen la justicia social? Debido a esta huella genética de partida, el desarrollo de las estructuras comunitarias se ha producido de manera armónica y coherente. El momento fundacional es determinante, ya que es el instante en que se configuran los valores que caracterizarán su futuro.
Lo que hoy conocemos como UE se crea en 1957 con dos objetivos principales: El primero y más importante es recuperar, reconstruir y expandir el mercado interno devastado por la guerra; el segundo es ofrecer una alternativa al modelo soviético que por aquel entonces ejercía una enorme atracción sobre muchos sectores de la población europea y sobre una izquierda fuerte y muy bien organizada.
Si echamos la vista atrás y dejamos de lado el romanticismo europeísta vemos que el proyecto europeo nunca tuvo aspiración social alguna y las pocas políticas sociales que existen las ha ido incorporando a regañadientes. En su fundación, la UE fue inspirada claramente por el ideal ordoliberal alemán, ya que lo que pretendía era crear un mercado interior común fuertemente organizado desde los Estados miembros a través de acuerdos vinculantes haciendo de la libre competencia, del control de la moneda y la deuda los pilares fundamentales de toda la actividad económica. Más tarde con la crisis energética de los setenta y el triunfo del ideal neoliberal con Margaret Thacher y Ronal Reagan la UE se lanzó de lleno a los brazos del mercado desregulado. Las empresas se propusieron recuperar los beneficios perdidos durante la década anterior a costa de las clases trabajadoras que perdieron la mayoría de los logros de las décadas anteriores. Más tarde, con la crisis del 2008, de nuevo volvemos a ver el ideal ordoliberal asomándose. La Alemania de Merkel tomó el control de la UE y así empezó un nuevo y fuerte intervencionismo de las economías, especialmente, de los países del sur de Europa llevándolas al borde de la extenuación con una reducción de condiciones de vida de la clase trabajadora nunca vista antes. A ese intervencionismo, en principio incoherente con los postulados del neoliberalismo, Ropke, uno de los padres del ordoliberalismo, lo llamaba llamaba “la intervención estatal de acomodación”.
Este verano la UE por fin ha logrado articular una hoja de ruta para afrontar las terribles consecuencias de la pandemia de la covid-19. Desde las crisis anteriores de 2008 y 2010, el proyecto comunitario en su narrativa se difuminó a marchas aceleradas en los Estados periféricos de la zona euro. La consumación del Brexit hizo lo demás, aunque clarificó el panorama. La expansión del coronavirus hizo ininteligible los esbozos del relato. Por supuesto para las élites en ningún caso se puede hablar de fracaso. La frustración y tristeza de los países del sur, no es la de sus élites que sin duda salen ganado, como lo han hecho siempre. Así se pudo apreciar en la cumbre del Consejo Europeo que dio lugar al Fondo de Reconstrucción y que más allá de los triunfalismos acerca la cuantía que recibirán sobre todo los Estados del sur, dejan a España e Italia muy lejos de las cantidades que habían solicitado para reconstruir sus respectivas economías. Cabe recordar que el Banco de España estipuló que la cuantía del fondo debería nutrirse de entre el billón y los 1,5 billones de euros como inicio para contener el desastre. A aquellos países que quisieron denigrar con el calificativo PIGS, les queda entre las poblaciones asalariadas, la resignación. Lo que tal vez no resulte una novedad. La pobreza laboral en el Estado español es uno de los claros ejemplos. Antes que la covid-19 cambiara la vida planetaria, prácticamente con el 13 por ciento de tasa de pobreza laboral clasificaba a España como el tercer país con los índices más elevados en este aspecto de toda la UE.
Realidad que va de la mano de la precariedad que padecen las mujeres. Bien entrado el siglo XXI ocupan cerca del 56 por ciento de los empleos que genera el sector de hostelería, restauración y turismo; y cerca del 90 por ciento de las tareas del hogar y los cuidados. Es decir, los sectores que evitaron que el coronavirus fuera más letal; y que en el verano volvieron a operar cuentan con mano de obra femenina precarizada y mal pagada. No se puede desligar de la construcción europea, ni del reparto que en España tres de cada cuatro personas con un trabajo parcial involuntario son mujeres, ni que en la UE tengan el doble de posibilidades de desempeñar un empleo a tiempo parcial no deseado frente a los hombres. Es la ejemplificación, por un lado, del paradigma neoliberal – con su apuesta por la pauperización de la clase trabajadora, la precarización y las privatizaciones – y, por otro, el mantenimiento de las relaciones de poder existentes entre clases y sectores. Hablamos de que cada grupo social – definido por su condición socio-económica, de género, étnico-racial etc. – tiene su propio papel y funcionamiento dentro de la maquinaria europea. Esta visión se puede extender hasta los mismos Estados Miembros de la Unión, en cuanto que cada uno tiene un papel específico (normalmente asignado por los mismos países que guían el espacio comunitario). Así se construyen y dibujan relaciones funcionales del proyecto tanto en el plano intraestatal como en el interestatal.
Se trata del modelo social europeo, que no es otro que el capitalismo social de mercado ordolibral, el mismo que ha causado que en España un tercio de las personas pobres trabajen jornadas completas sin poder, con ello, superar su situación de miseria. Conviene recordar que los de la escuela de Friburgo no tienen problema alguna con que haya una cierta desigualdad social, incluso la consideran beneficiosa, ya que según ellos constituye uno de los motores más potentes del progreso; hecho que resulta coherente con su idea de la libre competencia. Otro de los empeños de los ordoliberales es acabar con los sindicatos a través de la política de la libertad contractual; para ellos la sindicalización acerca las sociedades al ideal comunista, un hecho del todo inaceptable para las sociedad de Monte Pelèrin de la que forman parte junto con los neolibrales clásicos como Friedrich Hayek. Solo así se entiende el modelo de los minijobs de Alemania que se introdujo en los demás países de la Unión y la reforma laboral del gobierno de Mariano Rajoy en España que aún lasta las condiciones laborales de miles de trabajadores y trabajadoras de este país y la enorme dificultad a la hora de intentar cambiarla.
Los países que en un inicio formaron parte del la CEE, desde los años 70 responden a las crisis de rentabilidad con ajustes, privatizaciones de bienes y servicios estatales; así como desregulaciones de los mercados financieros nacionales, internacionales, y del mercado laboral. Los gobiernos de la UE abordaron las crisis derrumbando los logros de décadas del movimiento obrero en la que se socializan las pérdidas y privatizan los sectores rentables. “La UE de hoy ha ido siguiendo aquellas estrategias y políticas que han convenido en cada momento a los poderes dominantes, cambiando siempre que les ha convenido”.
Otro de los hitos, sin duda, es el Tratado de Maastricht que consolidó los sueños de las élites del continente, al calor del colapso de la URSS y las repúblicas socialistas del Este, la crisis de la socialdemocracia, y las confusiones de la izquierda con el mantra de que solo fomentando la competitividad y otorgando el papel central al mercado como regulador absoluto se obtendría el pleno empleo. Pocos alzaron la voz contra ese sin sentido, uno de ellos fue el economista Pedro Montes, quien se atrevió a cuestionar entonces la Europa de Maastricht. “No es viable. Ni es un proyecto necesario en estos momentos de crisis. Ni, por supuesto, es una Europa idílica como sueñan ingenuamente algunas comentes de la izquierda. La Europa del mercado y la moneda única es una Europa con millones de parados y en la que no puede sobrevivir el Estado del Bienestar”. Y cuánta razón tenía, hoy con la perspectiva del tiempo resulta obvio pero no hacía falta esperar tanto para darse cuenta de que aquello era un verdadero engaño para las clases populares y una verdadera ganga para las élites económicas europeas.
La trampa de la competitividad, disfrazada de europeísmo, significa para los países periféricos el empeoramiento de las condiciones de vida, la pérdida de Derechos Laborales, los ataques a los Estados y sociedades del bienestar. Llegados a este punto conviene recordar que si bien es cierto que los ordoliberales defienden la idea de un “Estado fuerte” que interviene para salvaguardar los mecanismos de la competencia, un hecho manifiesto en la UE; en lo referente al Estado del Bienestar lo consideran del todo inaceptable ya que para ellos la alta burocratización de las naciones llevaría irremediablemente a sociedades autocráticas, de hecho algunos de sus exponentes se esforzaron en desvincular la protección social del ideal socialista y vincularla con el humanismo cristiano. De este modo se entiende mejor la enorme aversión de las élites y sus acólitos a la expansión del funcionariado y su deseo de achicar al máximo la Administración General del Estado; en España quizás el ejemplo más acabado es el Partido Ciudadanos de Albert Rivera.
La narrativa de la UE como proyecto próspero y democrático que caló a finales del pasado siglo. La triple legitimidad que se defendía acerca del proyecto de la UE: la comunitaria -desempeñada por la Comisión- , la democrática -encarnada por el Parlamento Europeo -, y la interestatal – representada por el Consejo Europeo-. Antes la antecedieron varias narrativas. La funcionalista, la cual operó entre 1973 y 1984, y apostaba por la eficacia de la Comisión a costa de que los socios perdieran soberanía. Hecho que encaja con la visión elitista del proyecto europeo, los ordoliberales consideran que los expertos tienen la misión de diseñar las instituciones del proyecto europeo que asegurarían no solo el funcionamiento del mercado sino además la integración social.
Otro elemento que debe destacarse es el carácter identatario de la UE, cuyos elementos más destacados son la constitución de un área de libre movilidad (Schengen) y el lanzamiento y afianzamiento de proyectos de intercambio como Erasmus y el plan Bolonia. Estos dos últimos en particular buscan fomentar el nacimiento de una identidad europea a través de intercambios para estudiantes universitarios y ensanchar el mercado. Más allá de la supuesta democratización de las instituciones europeas, era fundamental y, en verdad lo sigue siendo, construir una identidad europea que se fundamenta en la creación de un sentir europeo que en el fondo no es más que retórica vacía e inexistente.
La narrativa de la identidad europea, del 1985 a 1989, aspiró a la construcción de la comunidad europea. Y por último, la que a partir de 1990 toma como idea fuerza la integración, y reforzar la importancia de las instituciones para la ciudadanía europea, algunas palabras claves fueron ciudadanía, transparencia, subsidiaridad y comunicación, los de la escuela de Friburgo consideran que el liberalismo clásico al centrar su atención casi exclusivamente en los problemas materiales de la sociedad se parecía al ideal socialista por lo que ellos deciden enfocar su esfuerzo en los aspectos extra-económicos específicamente en las dimensiones emocional y espiritual centrados de forma casi exclusiva en la satisfacción personal e individual, de este modo, a través de una simbología bien elaborada se lograba la creación la creación del sentimiento de pertenencia al proyecto europeo desviando la atención sobre sus déficit en la materia social, laboral, etc..
Sin duda los últimos en incorporarse al sueño europeo escucharon los cantos de sirenas. La población española asociaba los países que firmaron el Tratado de Roma en 1957 con “riqueza”, “modernidad”, “libertad”, “democracia”, “justicia”, así como el estilo de vida europeo con “altos salarios y Estado del bienestar”. No cesaron cuando España firmó el Acuerdo de Adhesión en 1986, aunque inmediatamente le siguiera la liberalización completa del comercio de frutas, verduras, y aceite de oliva; con una compensación solo para algunos sectores a través de la Política Agraria Común, pero lo más importante de todo es la renuncia y el desmantelamiento del tejido industrial nacional, entre otras muchas medidas que convirtieron al turismo en el sector de supervivencia en el Estado español. Mientras se agitaba la bandera comunitaria y llegaban los Fondos de Cohesión Europea, la eliminación de aranceles y cuotas causó que se pasara de un superávit comercial (en términos reales) del 1,4% del PIB en 1985 a un déficit del 11,2% PIB en 1989. La unión monetaria que se suponía iba a traer paz, mas integración y prosperidad en el fondo no ha hecho más que mermar el poder adquisitivo de la ciudadanía europea, especialmente de los ciudadanos del sur. Además el principio de subsidiaridad, que supone que la UE solo se encargaría de aquello que puede hacer mejor que los Estados miembro, acabó justificando una autentica política intervencionista en los asuntos internos de los Estados miembro por parte del BCE, la Comisión y el FMI como invitado de honor y, por cierto, llama la atención que Christine Lagarde – que estuvo a la cabeza del FMI – es quien manda el BCE en estos momentos.
La identidad de la Unión Europea tras décadas sigue sin germinar. Si es un fenómeno superestatal con el objetivo de crear una entidad supra-nacional que represente a todos los socios. Si se trata de una Unión de Estados de nuevo tipo, ¿en qué consiste dicha unión? Lo que sí está claro es que “la Unión Europea, con el acta única (1986), el tratado de Maastricht (1992) y el establecimiento de la moneda única (1999), absorbió la política exterior, la monetaria y de tipo de cambio de todos los países de la Unión. Pero, además impuso unas condiciones que los Estados miembro debían cumplir obligatoriamente, que condicionaba y delimitaba muy estrechamente las política que los Estados miembro podían llevar a cabo en el ámbito de la política fiscal”
Jean Monnet solía decir, que en Europa estábamos desarrollando algo completamente nuevo, original: “No un superestado y ni siquiera otros Estados Unidos según el modelo americano, sino una unión entre viejas naciones como no ha habido otra en la Historia”. Cerca de los 30 años después del Tratado de Maastricht, ni el mercado único, ni la unión monetaria han traído la paz estructural al continente. Cómo apuntó Galtung, la ausencia de guerras no significa que otros conflictos no existan, y ejemplos sobran en el caso de Europa. Como cualquier fenómeno político, económico y social, es imposible detectar una única causa de dichos conflictos. Sin embargo, se puede afirmar sin la más mínima duda que las crecientes desigualdades en territorio europeo, tensarán tanto la cuerda que de un modo u otro acabará dándonos enormes disgustos. E el auge de la extrema derecha no es más que la punta iceberg. Las recomendaciones de los tecnócratas de la UE acerca de la “flexibilización” laboral que se han implementado en la gran mayoría de los Estados miembro no han servido para reducir las desigualdades socio-económicas. El marco de la austeridad, la flexibilización laboral ha acentuado las desigualdades económicas entre las capas bajas y medio-bajas de la sociedad, frente a las élites (que han sacado el máximo provecho de la crisis).
Aun con todo, la UE sigue siendo la entidad supraestatal más sólida que se ha logrado construir en el pasado siglo, y que sobrevive con sus dificultades en la actualidad. Pese a que la crisis es innegable, y el fracaso en la narrativa, es total. Tomando como referencia a Daniel Innerarity: “La mejor manera de conseguir que una narrativa no sea aceptada es que dé a entender que estamos ante una realidad que no puede ser rechazada”. El descrédito de las instituciones comunitarias para la ciudadanía europea, y el menor predicamento de dichas instituciones a escala global, hoy es innegable tras la crisis de 2008.
Ni siquiera se ha conseguido la ciudadanía comunitaria, salvando Schengen. Dinamarca incumplió el tratado cuando anunció la reintroducción de los controles fronterizos por un presunto aumento de la criminalidad. Francia hizo lo propio cuando con Sarkozy expulsó a los gitanos-rumanos por meros cálculos electorales de la derecha gala. La renegociación del Tratado de Schengen será a la baja.
Difícil cuando en la anterior crisis el rescate se llevó a cabo inyectando cantidades ingentes de dinero a bancos antes que rescatar a los millones de mujeres y hombres que padecen la pobreza y la desigualdad. En la crisis de 2008, Francia inyectó 5.000 millones de euros a su banca, Gran Bretaña rescató a los cuatro principales bancos del país; España concedió en avales por un importe máximo de 100.000 millones de euros; por su parte Alemania nutrió el plan de rescate financiero con 500.000 millones de euros. La Comisión Europea aprobó unas ayudas a los Estados miembros de 3,7 trillones de euros -un tercio del PIB de la UE de entonces – con el fin de salvar al sector financiero.
La Europa de los derechos humanos y la democracia desde la primera década del siglo agrava su crisis de legitimidad democrática. Desde Bruselas se impuso al tecnócrata Lukás Papadimos en Grecia, y Mario Monti en Italia. En el caso de otros países. La UE no cesó a presidentes electos pero sí impuso sus ajustes. Son los casos de Irlanda, Portugal, Hungría y España. En el caso español, el presidente Rodríguez Zapatero realizó a instancias de Merkel los mayores ajustes de la democracia española hasta entonces. Al incumplimiento del programa electoral por parte del presidente del PSOE, y la modificación exprés de la Constitución para imponer en la carta magna el pago de la deuda; le siguió la presidencia de Mariano Rajoy, quien incrementó los ajustes, y también incumplió su programa por las presiones de la UE ¿recuerdan su famoso mantra de que no “quedaba otra” que los españoles habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades?.
El episodio más reciente es el del Fondo de Reconstrucción: contará con 390.000 millones de transferencias directas y 360.000 millones en préstamos. Y como hace 10 años, las ayudas -también las directas -serán supervisadas. Los gobiernos no dispondrán de las partidas otorgadas para invertir en las necesidades que estimen oportunas de manera libre. Sería ingenuo pensar que puedan evitar presiones que desemboquen en reformas estructurales en pro del proyecto neoliberal que es la Unión Europea. No obstante, los países periféricos toman oxígeno, ante la nueva y mal llamada austeridad. No exenta de hombres de negro, puesto que no se fueron nunca, ni tampoco de condicionantes a los rescates, ni los memorandos como en el pasado.
El proyecto europeo ha ido basculando entre el ordoliberalismo alemán, con su obsesión por la libre competencia, el control del déficit y la deuda y por supuesto una política monetaria controlada que cristalizó en la creación del euro y, el neoliberalismo y su ideal del laissez-faire laissez-passer que concibe el mercado como un ente cuasi divino capaz de autorregularse por si solo, a pesar de que la experiencia ha demostrado todo lo contrario. El elemento común es el interés supremo de las élites económicas y su afán de seguir acumulando riqueza y bienes aún a costa de millones de europeos y no europeos.
Y lo trágico es que permanece inalterable la coherencia del club elitista de la UE. El espacio supraestatal más importante del mundo se mantiene como una camisa de fuerza para la ciudadanía más parecida al FMI que a los sueños de Víctor Hugo.
Es probable que la estructura comunitaria no haya tenido todavía la necesidad de reinventarse o de modificar algunos de sus valores y objetivos fundacionales, para poder sobrevivir. El Brexit fue el primer aviso, aún así las instituciones europeas se mantienen firmes, con sus criterios, su discurso, sus objetivos y valores. También con sus contradicciones que, antes o después, llevarán a la más grande y poderosa organización supraestatal del mundo a tomar una decisión: cambiar para sobrevivir o implosionar.
Publicado originalmente en: https://www.cuartopoder.es/ideas/2020/08/17/la-nefasta-coherencia-de-la-union-europ-transatlantiko-ea/