Lawfer y la izquierda divina
Creo que a estas alturas ya nadie discute la existencia del lawfer, ni que la derecha tiene un concepto patrimonial del poder y que para conservarlo hará lo que sea necesario. La derecha patria, ni es democrática, ni lo será, tenemos que aceptarlo; esta vive en una especie de burbuja espacio-temporal en la cual se concibe a sí misma como bloque histórico de poder, ganadora de una pugna histórica y por lo tanto es intrínsecamente darwinista social. La derecha española se ha mimetizado tanto con la idea de España que se considera como única portadora de la esencias patrióticas. Sino fíjense cómo se comportan, de que manera se han adueñado de los símbolos del Estado elevándolos todos ellos a categoría de esencialismo identitario incuestionables, a la vez que rechazan cualquier otra expresión que suponga ya no el cuestionamiento que ellos consideran válidos, sino expresión de una visión diferente de ver España.
Seamos sinceros, que la derecha patria tenga una concepción patrimonial del poder, que sea profundamente antidemocrática, enraizada en un pensamiento político hobbesiano -el cual dice que el hombre es un lobo para el hombre – sin duda es un serio problema que hay que resolver y cuanto antes mejor. Pero hay otro problema que hay un problema quizás mucho más preocupante: la izquierda caviar. Aquélla que le gusta estar cerca de los poderosos y además lo hace pensando que así puede conquistar parcelas de poder y que ese es el camino más adecuado. Esa “izquierda divina” es puro artificio que no busca cambios profundos, ni transformar la realidad, sino simplemente conectar con la gente. Una izquierda acomplejada capaz de pensar que por no cabrear a los poderosos le puede otorgar alguna ventaja política.
Estos días hemos visto como a Mónica Oltra por fin los tribunales archivaban la causa por encubrimiento abierta contra ella. Me imagino que algunos habrán tenido mucho que pensar. Todos recordamos como en su momento, parte de los suyos y otras hoy aspirando a reorganizar, unificar y “refundar” la izquierda estatal España miraron hacia otro lado e incluso la presionaron para salvar el Pacto del Botànic. Se podría entender que tras años del gobierno del partido popular en la Comunidad Valenciana había que esforzarse para garantizar la continuidad del gobierno de coalición, pero ello nunca debió pasar por poner en cuestión la honorabilidad de una de las lideresas más destacadas de la izquierda en este país. No sólo por ella, sino porque así la propia izquierda se deslegitimó a sí misma. Esa izquierda, pura fachada, a la que le tiemblan las rodillas cuando hay que tomar decisiones, a esa izquierda que piensa que por no molestar le van a permitir trabajar y conquistar espacios de poder. Esa izquierda debe entender que la derecha jamás lo tolerará. Quien controla los verdaderos resortes de poder en este país nunca le permitirá ni siquiera asomarse a esos espacios del poder real.
Dicho de otra forma, esta izquierda divina, tal como la llama Jean Baudrillard, la que piensa que conectar es suficiente y no ser representativa de un ideal político de cambio, debe saber que el problema no es que ella conecte o deje de hacerlo. El problema es que mientras lo logra o no, al resto de los mortales nos va la vida en ello.
De modo que no defender a los suyos cuando toca, abandonarlos a su suerte deslegitima enormemente el ideal de la izquierda: a diferencia de la derecha que piensa que la política es una guerra y que es un juego peligroso.
Maquiavelo lo expresaba en estos términos: “La política no es un juego de niños”. El proyecto político de la izquierda es profundamente ético y es así porque cree en las personas, confía en el ser humano como un ser moral y ético y por ello lo hace partícipe de la acción política y lo convierte en un sujeto del devenir histórico y social.
La pregunta es: ¿Qué mensaje traslada, esa izquierda divina, cuando ella es la primera en dudar de sus propios líderes? ¿Acaso no cruza el umbral de la pendiente resbaladiza legitimando así el modo de actuar de la derecha?
Por último, si somos los primeros en cuestionar nuestros propios ideales que nos diferencia de la derecha. Para la señora Oltra probablemente ya es tarde. No lo sabemos, el tiempo nos dirá. El problema quizás no sea el caso concreto, el problema real seguramente es la reconfiguración del espacio de la izquierda, empezando por eliminar de nuestra concepción: el soñar ser aceptado por los poderosos, pensando que ese es el mejor camino para lograr el poder. Quizás tengan razón en cuanto a que gestionarán ministerios, pero nunca gestionaran el verdadero poder, porque sus verdaderos dueños nunca lo permitirán.